domingo, 13 de febrero de 2011

Una maquinita

Véase que notable; traté de hacer un raconto de mi vida para analizar mi adicción a la soledad y su choque constante con mi búsqueda irracional de afecto y aprobación; y releyendo ese texto imposible de publicar, caigo en la cuenta de que, desde siempre, considere que las decisiones sobre mi destino, residencia y vida de relación eran mías, ya sea a los seis años, a los quince o a los treinta y pico. No registro al ser superior que todo chico idolatra, llevándome de la inexperiencia a la autonomía, es como si la colección de ausencias hubiera anulado toda la contención, que estuvo pero no puedo individualizar.


Ausencia de padre y madre, que aunque estaban y aportaban eran casi garabatos de si mismos, uno se desdibujó y el otro va mutando en algo cada vez mas ininteligible, siempre ahí los dos, nunca conmigo.

Hubo suplentes, disfuncionales al punto de haber engendrado dos psicópatas, una de las cuales me parió. Hicieron algo mejorcito conmigo, estoy loca pero no de atar, pero esa imagen de no-pareja, de familia desarmada, desamada, sigue acá.

Probé la bohemia, era casi lo único lógico. Mis viejos pretendieron ejercerla, me convencieron de que les había ido bárbaro con ella, y allá fui, a emularlos. Por suerte me duró poco. No me lo permitió ni el instinto de conservación ni la evolución de la humanidad. Los bohemios de café y librerías pasaron de moda mientras yo aprendía como era, y migre al nuevo espécimen soberbio-intelectual que pulula por la vida contemporánea: el nerd.

Necesidades? Hoy por hoy, inacabables. Me consumió la evolución de la sociedad en una máquina de generar dependencias tecnológicas, y no puedo vivir sin Internet y mis aparatitos. Se cae el módem y es como si me cortaran un brazo. Mejor no preguntarme si prefiero vivir sin gas o sin wifi.

Cuando pienso que hasta los veinte años desconocía el concepto de tener televisión por cable, y que para esa época fue la primera vez que me senté adelante de una computadora, me pregunto si vivía en el sur de la Capital o en el medio de la Selva Amazónica. Recuerdo vagamente no haberme sentido insatisfecha con tanta frecuencia. Seguramente porque uno nunca necesita lo que desconoce. Cuantas cosas me hubiera gustado desconocer...

Y ahora, en lo que ojalá sea por lo menos la mitad de mi vida, me encuentro habiendo conseguido todo lo que me faltó, y sintiéndome aplastada por ello más de una vez. Tengo mi pareja, mis hijos, casa, trabajo y un perro, y me falta tiempo para estar conmigo. Me extraño mucho, pero no puedo robarles minutos a ellos, los adoro y me falta para ellos también.

Entonces se lo robo al sueño, y el sueño le roba a la salud y a la cordura. No es negocio pero la paso bárbaro en la maravillosa compañía de mi misma. En este ejercicio rescato algo de la bohemia setentosa, puedo jactarme de haber visto muchos amaneceres, todos y cada uno de ellos antes de irme a dormir.

Sirve? Depende. Hago cosas para todos, que quedan y se disfrutan, pero el cuerpo me la cobra al otro día y no rindo cuando el mundo gira, estoy a medias. Y salir en medias no es decoroso. Y vivir a medias no alcanza.

Y de todo eso, las culpas. La de no dedicarles todo el tiempo que necesitan, la de no poder satisfacer todas las necesidades, la de no tener un ámbito como se merecen, la de no estar en todos los momentos importantes. Para con ellos y para conmigo.

Cada tanto consigo acomodar las fichas aunque sea un par de días. Es la gloria, ver a las malditas culpas enterradas en un mar de normalidad. Hoy por ejemplo rolee de madre. Hice las compras, cocine, lave, lleve al nene a andar en bici, y la vida fue real un domingo de febrero.

Ya a la nochecita derrape, y acá me tienen en la pendiente, después de unas 4 horas de juegos en linea y redes sociales, contándoles de mis frustraciones cotidianas.

Por lo pronto es más barato que el psicólogo. Y basada en mis experiencias terapéuticos previas, infinitamente más efectivo. Hasta ahora nadie me derivó a otro blog porque no puede encasillarme en un género.

lunes, 7 de febrero de 2011

La maravilla de encontrar el método.

Yo nunca pude, pero todavía me maravilla. Encontrarme cada tanto con que alguien vio el camino sano para escaparse del infierno. No importa si ese infierno se llama cancer, depresión, droga, desorientación existencial, miseria o delincuencia.

Todos tenemos el nuestro. El mio es chiquito y mundano, obviamente no se parece en nada al de esos que me toca admirar, pero lo padezco desde siempre: el de querer ser todo y nunca completar nada. No logro conformarme ni a mi ni a los que me expectan. Un infierno bastante pelotudo, pero que agobia.

Entonces, ver que alguien es capaz de salir de las adicciones con voluntad, de la delincuncia con estudio y creatividad, de la miseria con ingenio, me hace ver cada tanto la hendija para salir de mi avernito, me recuerda que es posible, hasta que me vuelvo a perder en la maraña de todo lo que quiero hacer además de enfocarme en algo productivo.

Ya va a llegar, y cuando ese día de iluminación me alcance, verán los titulares y los carteles de neon que dirán que me convertí en la madre perfecta, o en la esposa ideal, o capaz en el ama de casa modelo, la empleada ejemplar, la técnica infalible... alguna seguro, veremos cual mata a todas las demas.

Mientras tanto las muy turras se siguen arrancando las mechas adentro mio y no me dejan dormir.