domingo, 10 de agosto de 2014

Relato de cómo la felicidad es tanta que redunda y no importa.



Había pasado un día y seguía desbordada, sin entender bien por qué pero sabiéndolo. Y ahora que ya pasaron varios, que se puede decir que internalizamos el golpe, que lo dimos por hecho, las sensaciones se siguen agolpando, y es tanto lo que se quiere decir que es casi imposible organizarlo, es tanto lo que quiero decir que se me apelotonan las palabras en la boca, los dedos en el teclado, las lagrimas en los ojos.

Quiero decir que soy mas feliz. Que es rara esta sensación, la felicidad causada por la dicha de otros, que no tienen lazos conmigo pero que al mismo tiempo son tan parte de mi vida que no puedo evitar sentirme parte de esa algarabía. Que me hace feliz presenciar que esto que me pasa le pasa a un enorme colectivo, el día que se supo, el día de LA noticia, bastaba mirar las caras para encontrar sonrisas de satisfacción en todos lados, leías en cada una esa sensación de deber cumplido, un sentir que todos nos completábamos de alguna manera, que la restitución era de una familia y de un país, que saldábamos una deuda, mas allá de la conciencia de que 400 búsquedas quedan pendientes.

Quiero decir, quiero contar. Contar que mi cabeza y la de muchos no para de tejer. Imagino lo que vendrá como imaginé la que ya llegó. Desee por años ese reencuentro, que se fue gestando en los 113 anteriores y se prolongará en los próximos. Ansié que nos contaran el abrazo que Estela nos había dicho que soñaba. Quería conocerlo, verlo nacer por segunda vez, nacer a la verdad que le fue negada y que ahora se le brindaba, y que ese nacimiento fuera luminoso. Y lo fue. Y me lleno el alma.

Quiero decir que también hubo quienes me ofendieron (aunque tanta felicidad hinchando el pecho los opacó y redujo a la insignificancia del polvo). Me ofendieron porque casi los ultrajaron en su momento intimo, porque no respetaron sus tiempos, porque quisieron apropiarse de una parte de algo enorme que no les correspondía, y como los siento parte de mi vida, como la historia de Estela y Guido/ Ignacio marcó mi historia, los que no los respetaron también me hicieron sentir ultrajada.

Quiero decir, en voz bien alta, que el que dice que no entiende por qué el 114 es mas importante que el 113 o el 25 es un hipócrita. Y que si es alguien que la va de intelectual y de progre ademas de hipócrita es un mal nacido. Es igual a los demás pero al mismo tiempo ES todos los demás, los anteriores y los que faltan. Eso quedo más que claro en la reacción de ese colectivo que fue feliz: no se hablo de que "apareció el nieto 114" ni de "el nieto de Carlotto". Apareció  el nieto de Estela. De NUESTRA Estela. De la abuela Estela, la abuela de Guido, La Abuela de todos. Estela se convirtió en el símbolo de la búsqueda, abrazó ese destino y llevo la bandera adelante. Y Guido, Ignacio, hoy es el símbolo del reencuentro, de la reparación, y se lo ve con la fortaleza para abrazar también ese destino, destino tan fuerte y tan para pocos. Y el que se haga el boludo al respecto de esto, del grado de significación que tiene este reencuentro, no es ni un intelectual, ni un racionalista puro, ni siquiera un snob ni un pelotudo: es un miserable. Estuvieron esos que tienen un poquito mas de pantalla, y aquellos otros insignificantes que reptan por las redes tratando de sembrar su hiel. Sepan que solo produjeron un desagrado efímero, y luego quedaron sepultados por la felicidad genuina, los dejamos atrás, revolcándose en sus propias heces.

Quiero decir más, pero sigue siendo demasiado. Se sigue agolpando y desbordando, las palabras y las lagrimas. Entonces nada más se puede decir y solo queda ser felices. Esa, la mejor respuesta que tenemos. No nos han vencido. Ni a Laura, ni a Oscar, ni a Estela. Guido esta en casa. Bienvenido a la vida, bienvenido a la verdad. Gracias por ser parte de mi historia.

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